Más importante que él o ella, la verdadera atención debería centrarse
en nosotros mismos al momento de entrar en una relación. ¿Quién es
él/la que está entrando en esta relación? ¿Estoy satisfecho conmigo
mismo? ¿Puedo tolerar, o mejor aún, disfrutar, mi propia compañía?
El hombre o mujer con quien formamos pareja no tiene el deber de
amarnos, ni de sanarnos. No se puede entrar en una relación para
sentirnos realizados, ni completos. Una relación que tiene como
principio ser un paliativo para la propia soledad, frustración o desamor
está condenada al fracaso.
Una persona que persigue al amor de su vida creyendo que este le dará
lo que no puede darse a si mismo/a va derecho a una fatal decepción.
Nadie puede darte lo que no te das a ti mismo/a. Quien ve en su pareja
su escape, o un terapeuta, poco a poco se condena al agotamiento, ya que
no “consigue lo que quiere” de su ser amado.
El verdadero propósito de la pareja ni siquiera es “estar juntos”,
sino “crear juntos”. Una pareja que no crea va en contra del impulso del
Universo. Una pareja es creadora de vida, actos, obras. Pueden ser
hijos, cuentos, libros, cuadros, poesía, canciones, empresas, negocios.
En conjunto somos distintos. En una pareja son 3: Tú, Yo, y la
Relación. La relación se convierte en un ser por sí misma. Un ser que
no tiene porque invadir los caminos y mundos propios de cada individuo
que la integra. Una pareja sana respeta mutuamente el espacio del otro.
Mi espacio interior es sagrado, tan sagrado como el tuyo.
Yo Soy, satisfecho conmigo mismo, Tu Eres, satisfecha contigo misma. En la medida que esto sea así, creemos juntos.
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